Inéditos, Literatura

inéditos: amir abdala

En este breve texto, Amir Abdala demuestra su desplante narrativo al traernos una historia impactante y grotesca contada de forma casi poética. Un momento crucial donde se entrecruzan miradas y delatan, en cada acción y silencio, el peso del remordimiento o la ausencia de éste.


LA SOLEDAD EN PUNTO AUSENCIA

Me asomé. Igual a la pata de la araña escondida detrás de un mueble, me asomé. Ana, después de una larga y discutible lucha moral, finalmente actuaba en consecuencia de su insoportable dolor. Los deditos, que en íntimos momentos de ternura le supieron mostrar confianza, dejaron de moverse. La situación cambió, y el llanto se mudó de rostro. Ana quitó las manos del cuello del bebé y se acarició, trémula, el brazo donde los meses de quimioterapia habían dejado un surco de pinchazos y grietas. Su pecho subió y bajó, hipando. Entre lágrimas, intentó desprenderse de la fatalidad de esos minutos. La decisión había sido difícil. Se tocó el poco pelo que le quedaba y, de un salto, elástica, se desnudó y se metió en el baño, abajo de la ducha caliente que tanto placer le producía. Antes de cerrar la puerta, pasó junto a mí, pero no me registró. Cauteloso, entré a la habitación y me acerqué al bebé muerto. Le rocé los cachetitos, todavía tibios y rosados. En esa posición inmóvil, de muñequito plástico, adiviné la forma de mis ojos y percibí que su boca (estancada y abierta para siempre) hubiese seguido la fisonomía de su progenitora. De pronto, corriéndome de mis reflexiones, la pava silbó mucho más fuerte de lo que yo la recordaba. Supuse que Ana estaría preparando su infusión calmante: café doble, sin azúcar. Me asomé igual a la pata de la araña y la encontré encorvada, como mendigando fuerzas o conjurando una excusa aceptable para su reciente comportamiento. Se arrepentía, pero no sólo por lo llevado a cabo, sino porque el remordimiento era una de sus confesas debilidades. Ana sufría y… La pesadumbre mandaba. Irreversible, un presentimiento atacó el centro de mi pecho: una luz incandescente lo alumbraba de cerca, a corta distancia, pasándolo por encima. La noticia tardó menos en llegar que el abrazo que nos dimos en la mañana, antes de que saliera de viaje, después del desayuno. La realidad me resultaba confusa, ajena, y me mostraba su peor cara. Me asomé, aturdida, por la puerta de la habitación. El bebé vestía un conjuntito azul y jugaba boca arriba sobre la cama, sacudiendo de un lado para otro un osito-sonajero de peluche. Fue un impulso: no dudé, no pensé, no premedité. Cuando hube terminado la faena de la vida en muerte, mi tiempo viró hacia un sentimiento de alivio. De un salto, me metí abajo de la ducha y estudié una a una todas las posibilidades que me quedaban por agotar: ninguna; ninguna en absoluto. Para apaciguar los nervios, me preparé un café doble, sin azúcar, y esperé; sin saber qué, esperé. Mi atención se concentró en un mueble que exhibía una patita fina, peluda, vergonzosa y, por algún motivo en especial, intuí que las cosas siempre se construyen y se destruyen en un único punto, donde el peso de lo andado y de lo errado, muy lejos de nosotros, termina obligándonos a masticar el estupor que provoca la ausencia; la total ausencia de uno mismo cuando ya no queda nada que perder.   


Amir Abdala (Buenos Aires,1990). Escritor autodidacta, es autor de los poemarios Hay un poema dormido, hay un poeta despierto (Imaginante, 2015), Lo único que pasa es lo que no se recupera (Imaginante, 2016) y Donde se suicidan las moscas (Ediciones Frenéticxs Danzantes, 2022). Asimismo, de las novelas El vértigo de la felicidad (Nido de Vacas, 2018) y Entre ratas y golondrinas (Nido de Vacas, 2022). Habitualmente publica relatos y poesías en revistas literarias. Algunas de sus obras inéditas fueron premiadas en certámenes nacionales e internacionales.